Los límites de la libertad

No sé que he escrito, tal vez no tenga derecho a escribir sobre esto. Pero he sentido esa necesidad, no lo he podido evitar. Espero que os guste y, si no, criticadme, que para eso he creado este blog, aunque de momento solo lo he creado para mí mismo, ya que ni siquiera le he dado publicidad, ni se lo he mencionado a nadie, ni nada de nada. Pero, después de todo, acaba de nacer, casi me siento como si me diera a luz a mí mismo a través de este lugar... Bueno, me dejo de pajas mentales y pongo el relato.

Una joven caminaba por la acera de la ciudad, pensativa, sin atender a lo que sus ojos captaban. Más que una joven, era una niña, no aparentaba más que quince años. Sus pies la condujeron hasta el portal de un edificio tan gris como su ánimo, pulsó un botón del telefonillo y esperó la respuesta.

- Clínica Atardecer, ¿qué desea?- respondió una voz femenina desde el otro lado del interfono.

- Tengo una cita con el Doctor.

- ¿Su nombre?

- Amalia.

- Suba, por favor, ya tenemos casi todo listo.

Sonó un ruido carrasposo y la puerta se abrió con un chasquido. Con el corazón acelerado, Amalia abrió la puerta y tomó el ascensor hasta la clínica. Al entrar en ella sintió como se le oprimía el corazón, el fuerte olor antiséptico le llenaba la pituitaria y, de paso, sus pensamientos. No dejaba de pensar en que olores como ese ocultaban actos no precisamente buenos, ocultaban podredumbre, ocultaban... ¿muerte? En la recepción, una mujer la recibió con una sonrisa en el rostro, pero sin molestarse en salir a recibirla desde detrás del mostrador.

- Espere un momento en la sala de espera, vamos con un poco de retraso con el programa de hoy. Puede leer mientras tanto este folleto.

El folleto que la recepcionista le entregaba a Amalia era blanco, con las palabras “Los peligros del aborto” ocupando casi toda la portada, escritas en un rojo tan intenso como el de la sangre.

En la sala de espera solo había un hombre. Aparentaba tener unos treinta años, con una barba de un par de días y una mirada triste y ligeramente llorosa. Miraba fijamente una puerta cerrada de la que parecían salir gemidos de dolor. La recepcionista, sentada detrás del mostrador, leía una revista del corazón, indiferente a lo que estaba ocurriendo al otro lado de la superficie de madera lacada en blanco en aquel momento, la indiferencia producida por la costumbre. Amalia se sentó en una se las sillas, alejada de aquél hombre del que, por algún motivo instintivo, recelaba. Se puso a leer el folleto, intentando no escuchar los gemidos del otro lado de la puerta. Cuando iba por la mitad del mismo, un fuerte grito de angustia se propagó por la sala, helándole la sangre en las venas, deteniendo su corazón. La recepcionista ni siquiera levantó la mirada de su revista.

- Escalofriante, ¿verdad?

Amalia se giró con brusquedad, el hombre se había sentado a su lado sin qeu ella se diera cuenta, tan absorbida en sí misma estaba.

- S... Sí, supongo- acertó a responder con voz quebrada

- Tu también vienes a eso, ¿no?- No esperó a que respondiera- Claro, no vas a venir porque te gusta el ambiente- soltó una carcajada seca, baja, cargada de pena, parecía lanzada en lugar de una lágrima, como un método de autodefensa-. Me llamo Pedro, ¿y tú?

- Amalia- Pedro... el mismo nombre que aquél que la... no quería pensar en eso, no quería pensar ni en él ni en aquella noche.

- ¿Por qué estás aquí?- Inquirió el desconocido de nombre pétreo.

- Por lo evidente- Amalia se molestó, aquello no tenía que ser motivo de interés de un desconocido.

- Lo siento, pero no veo la evidencia. ¿Te han violado? ¿Ha sido un accidente? ¿Intentas reparar un error?

- No tengo por qué contarte nada sobre mi vida- replicó con violencia.

- Prefieres hacer como si nada hubiera pasado, ¿acierto? Olvidar, solo quieres olvidar, pensar que esto es como tomar una pastillita milagrosa y ya está, ¿no? No quieres pensar en lo que de verdad estás haciendo, no quieres pensar en que esto es un crimen, un asesinato.

- Déjame...- miró a la recepcionista, pero ésta continuaba leyendo su revista como si nada. Pedro se calló un momento.

- ¿Por qué estás aquí?- volvió a insistir Pedro.

- Cometí un error...- comenzó Amalia en voz baja- No me tomé la pastilla del día después.

- ¿Por qué?

- Porque me daba miedo decirle a mi madre que la iba a necesitar.

- ¿Sólo por eso?

- No quería que me echara la bronca.

- ¿No usasteis condón?

- No teníamos a mano y pensamos que por una vez...

- ¿Vas a matar a tu propio hijo por no tomar precauciones? ¿Para tapar tu error?

- No es asesinato, aún no ha nacido. Apenas es el inicio de un feto.

- Matas su futuro, matas lo que podría ser, aunque aún no haya nacido ya tiene derecho al futuro.

- Es algo que tengo que hacer.

- No tienes que hacerlo, ¿por qué lo haces en realidad?

- Por miedo, por lo que dirían de mí si tuviera el niño, por no sentirme avergonzada y poder llevar la cabeza medianamente alta.

- Te sentirás peor después de esto, te sentirás sucia, corrompida. Te avergonzarás de tu sola existencia. Temerás que el mundo averigüe tu acto y lo que puedan decir.

- Déjame, ¿acaso no tengo derecho a decidir sobre mi vida?

- Por supuesto, sobre tu vida. Eso es la libertad, ¿no? Hacer lo que se quiera cuándo se quiera- lo dijo con un tono fuertemente sarcástico-. Te diré otra cosa de la libertad: es el derecho a decir a los demás lo que no quieren oír, que es lo que estoy haciendo, decirte la verdad sin tapujos ni eufemismos. Te diré también otra cosa, la libertad tiene límites. Tu libertad acaba allí donde comienza la de los demás. Tú tienes libertad para decidir sobre tú vida, pero no tienes ningún derecho sobre la de tu hijo. ¿Acaso eres una dictadora que se cree con el derecho de decidir sobre la vida y la muerte?

- Déjame- repitió-, te lo pido por favor.

- De acuerdo, te dejo. Respeto tu intimidad, ya la he invadido bastante y te pido disculpas por ello. Solo recuerda una cosa, tu hijo no tiene porqué pagar el precio de tus errores.

- ¡Te he dicho que me dejes en paz! – Amelia levantó la mirada para enfrentarse con la de Pedro, pero allí no había nadie.

- ¿Decía algo?- La recepcionista levantó, al fin, la mirada de la revista, su método de aislamiento.

- No, nada-. ¿Dónde estaba aquel hombre? ¿Qué había pasado con él? Se quedó pensando un rato, con la mirada perdida fija en la puerta metalizada de la cual ya no salía ningún sonido.

- Señorita, ya es su turno.

Amalia se puso en pie pero, en lugar de ir a la siguiente sala, salió por la puerta principal, decidida a hacer caso a su conciencia, ya que estaba segura de que de eso se trataba. No estaba segura de si volvería otro día, tal vez mañana mismo, pero hoy no podía hacer eso. Tal vez no regresara jamás a un lugar así, tal vez.

- ¿Señorita?- Preguntó la recepcionista al ver como una cliente salía de la clínica, abstraída, sin ver nada. Tal como había llegado, al menos exteriormente.

Después de la batalla

Otra parida, otro relato al que le tengo cariño. Espero que guste.


Después de la batalla

La luz de la luna calló sobre el rostro del elfo, sangraba por las vacías cuencas de sus ojos. Una nube ocultó de nuevo la luna, dejando el campo de batalla sumido en la más profunda oscuridad. A lo lejos, entre las montañas de muertos, se escuchaban gemidos de dolor. Tal vez fueran de un orco, de un elfo, de un enano, de un humano… en la agonía, todas las razas se hermanaban. Muchos habían muerto aquel día, delante de aquellas inmensas puertas que durante tantos años se habían resistido a caer. Puertas que contemplaron la huída de Beren y Lúthien, la muerte de Fingolfin tras su singular batalla contra Morgoth, la captura de Húrin. El rugido de rabia de un balrog se impuso sobre los demás gemidos, alguien lo estaba rematando. La luz de la luna volvió a traspasar el manto de nubes, dejando ver de nuevo el dantesco paisaje. Multitud de cadáveres eran el resultado del choque brutal entre los dos grandes poderes de Arda, los servidores de Melkor y los servidores de los Valar. Dragones, elfos, humanos, orcos, balrogs, licántropos, enanos… Pero el mayor destrozo lo habían desatado los propios Valar, la tierra había temblado de miedo al saber que de nuevo los moldeadores del mundo combatían. Las puertas se encontraban ahora en el suelo, arracadas por la furia de Tulkas. Entre los cadáveres, dos figuras hablaban: dos enemigos irreconciliables, un elfo y un orco, hermanados en el momento final de sus vidas.

- Gran batalla, elfo- rió el orco mientras la sangre goteaba por las comisuras de su boca-, así si que merece la pena morir.
- Morir no merece la pena- el elfo estaba pálido, tanto como sus parientes nocturnos-. Dejaré este mundo para partir a las lúgubres estancias de Mandos, en las que vagaré durante eones.
- Maldito elfo, aún eres capaz de quejarte. Los tuyos han ganado.
- Al precio de muchas vidas.
- Vidas entregadas a la furia de la batalla, la mejor muerte que puede pedirse. Además, lo hijos de Ilúvatar conocéis vuestro destino después de la muerte, los orcos no. Nadie lo sabe, ni siquiera nuestro padre adoptivo.
- ¿Lo llamáis padre? Solo os ha producido dolor y sufrimiento.
- Pero nos ha producido algo, es más que nada. Vivimos nuestra dolorosa vida con plenitud.
- La lucha no es plenitud, el sufrimiento ajeno no es plenitud.
- ¿Y qué es la plenitud? ¿Cantar bajo las hojas de los árboles? ¿Comer dulces manjares? Lo será para los tuyos, elfo, para los míos eso es desperdiciar la vida.
- No, vosotros la desperdiciáis en el campo de batalla, dejando que vuestro destino lo decida la suerte.
- La suerte solo influye un poco en la batalla, confiamos más en nuestra propia habilidad. Eso nos hace sentir vivos, llevo siglos matando y disfrutando con ello, ya sea a orcos, humanos o elfos.
- ¿Siglos? – El elfo se extrañó- Creía que los orcos vivían poco tiempo.
- La mayoría muere antes de cumplir los 50, siempre con la violencia de por medio. No se de algún orco que muriera postrado en la cama por la vejez, reducido a una alimaña enclenque. Y he vivido muchos años, soy uno de los primeros entre los míos- miró con una sonrisa al elfo-. Mis recuerdos alcanzan tiempos muy lejanos, tiempos en los que caminé junto a Thingol antes de que Melian lo sedujera.
- Entonces…
- Sí, nací como elfo. Pero mis descendientes han nacido todos como orcos de la más pura raza, sin un solo rasgo elfo en su rostro que les mancille.
- ¿Descendientes? ¿No salís de oscuros pozos como cuentan las leyendas?
- Por supuesto que salimos de un oscuro pozo, pero es muy similar al pozo del que salís vosotros, elfo. – El orco echó la cabeza hacia atrás y soltó una fuerte carcajada.
- Entonces, hay mujeres orcas.
- Sí, aunque no se diferencian demasiado de nosotros. Hasta nuestro tono de voz es parecido- miró al campo con algo parecido a la tristeza-. Muchas han caído hoy aquí… nos costará recuperarnos.
- Si es que os recuperáis.
- Nos recuperaremos, tenlo por seguro. Aseguraremos un futuro de gloriosas guerras.
- No hay gloria en la guerra, orco. Solo muerte. Aún cuando toda la matanza acaba, las cicatrices quedan en las personas que sobreviven, en la tierra que ha bebido nuestra sangre. ¿No lo notas? La tierra está cada vez más húmeda, el continente entero se hunde. Se ha desatado un poder demasiado grande, equivalente al que se usó para moldear el mundo hace tantas decenas de milenios. Nuestra tumba estará junto a los peces en las profundidades del mar.
- Más de lo que podría soñar, yo esperaba que me comieran los gusanos o los lobos, como a todos los que han muerto antes que yo. Ten en cuenta una cosa, este día pasará a la historia. Todas las generaciones que vengan detrás conocerán esta batalla, siéntete orgulloso de haber podido vivir hasta hoy.
- Preferiría no haberlo vivido y pasar el resto de la eternidad junto a mi esposa en Valinor. Tal vez los Valar me permitan pasear de nuevo por los bosques de Lórien, pero no lo creo probable. Tardaré siglos en volver a verla.
- Pero tal vez la vuelvas a ver, yo no podré volver a ver nada de esto, nunca.

Callaron, sus heridas sangraban abundantemente.

- ¿Sabes, orco? Nos parecemos, tal vez en eras venideras nuestros pueblos vuelvan a hermanarse. Los orcos ansiáis la batalla, pero esa la principal diferencia entre nuestras razas, por no decir la única de importancia. ¿Por qué hemos peleado siempre?
- Nos lo ordenaron. Siempre hemos sido peones en manos de los verdaderamente poderosos. Los Valar han jugado con nosotros como han querido.
- Es verdad, solo somos peones- calló un momento-. Tenías razón, orco, esta ha sido una batalla gloriosa.
- Tenías razón, elfo, ha muerto demasiada gente.

El silencio volvió a caer sobre el campo de batalla, roto solo por los gemidos de dolor.

El cónclave

Bah, no he tenido ganas de esperar a colgar algo de nueva factura, comenzaré colgando antiguas paranoias y continuar desde ahí. Os dejo uno de mis relatos más queridos: El Cónclave

El Cónclave

- Nos han olvidado- dijo apesumbrado el gnomo.

- ¿Es definitivo?- inquirió el unicornio al tiempo que golpeaba con su pezuña delantera el suelo-. Me cuesta creer que los humanos hayan llegado a ese extremo.

- Más que definitivo- respondió el gnomo.

Susurros de nerviosismo y miedo recorrieron las filas de los miembros del Cónclave, en el cual había un representante de cada criatura mágica o fantástica imaginada por el hombre.

- Imbéciles- resopló el fauno golpeando el suelo con sus patas-, ¿tan cortos de miras son estos hombres para desterrarnos al olvido?

- ¿Sólo imbéciles?- Respondió el barbudo enano con un fiero gruñido-. Una panda de imbéciles hijos de la grandísima puta, eso es lo que son. Los muy gilipollas han desterrado la magia de sus vidas y con ella la esperanza y los sueños. Me dan ganas de meterles a todos un yerro al rojo por el culo y…

- Creo que has dejado bastante clara tu postura, mi rechoncho amigo- interrumpió el corpulento elfo de pelo negro como el carbón con expresión preocupada-, pero antes de que continúes despotricando contra los humanos deberíamos saber cómo ha ocurrido esta desgracia.

- Ya salió el afeminado este…

- Silencio- la voz del inmenso cíclope retumbó por todo el valle-, escuchemos a nuestra informadora en el mundo de los hombres- se dirigió hacia el hada-. Por favor, cuéntanos cómo ha muerto la fantasía en el mundo.

El hada levantó el vuelo y se colocó a un par de metros de altura, en el centro del círculo que formaban los miembros del cónclave antes de comenzar a hablar con voz aguda.

- No se puede decir que sea algo sorprendente- comenzó el hada-, después de todo, desde que aquel psicólogo infantil comenzara a decir que las historias de hadas y elfos solo servían para crear niños poco sociables e inestables con tendencias a vivir en mundos internos…

- Valiente gilipollas- gritó el enano.

- Esto solo era cuestión de tiempo que ocurriera- terminó el hada sin inmutarse-. Poco a poco, los padres dejaron de contar historias de unicornios y dragones a sus hijos y las editoriales dejaron de publicar libros de fantasía al convertirse en un género tildado de “creador de locos y personas con problemas sociales”. Al final, ni siquiera los libros de los grandes del género de la fantasía se salvaron. ¡Hasta dejaron de editar las obras de Homero y algunas de Shakesperare como Sueño de una Noche de Verano!- Un murmullo airado recorrió el cónclave, el hada esperó a que remitiera antes de continuar- Ayer se acabó con el último resquicio de magia cuando fueron quemados los libros clasificados como fantasiosos en una gran orgía de fuego.

- ¡Imposible!- Saltó el minotauro dando un paso al frente- ¡Me niego a creer que los humanos hayan llegado a eso!

- Han llegado, compañero- respondió el hada-, han llegado. Ante una iniciativa social promovida por un grupo aislado de psicólogos que gozan de inmerecido prestigio, los humanos comenzaron a quemar por propia iniciativa todos esos libros- por la mejilla del hada cayó una solitaria lágrima.

- ¿Y qué pasa con los niños?- Intervino la sirena asomando la cabeza del estanque cercano al centro del cónclave-. ¿Es que han perdido la imaginación? Después de todo, ellos nos crearon en la noche de los tiempos.

- Les han ocultado nuestra existencia- respondió en un susurro el hobbit de pelo negro comprendiéndolo todo-. Les han ocultado toda señal de nuestra existencia- repitió-, los padres se han negado a contarles nada a sus hijos por miedo.

- ¿Miedo de nosotros?- Intervino el vampiro-. Les podían decir que sólo existimos en la imaginación, como se ha hecho desde siempre. Por ese temor absurdo nos han condenado.

- No tienen miedo de nosotros- respondió el elfo-, de lo que tienen miedo es del rechazo que pueden sufrir sus hijos por los demás niños, miedo de que un psicólogo con más problemas y complejos que sus pacientes diga que si su hija sueña con un unicornio significa que quiere usarlo para provocarse placer con el cuerno del animal.

- Rectifico- intervino el enano-, no son gilipollas: ¡son unos putos perturbados de mierda! Así les den por culo una manada de caballos con sífilis a todos y cada uno de ellos.

- ¿A dónde habrán ido a parar los pensadores que pregonaban que la imaginación es la fuente de todo lo bueno y noble que ha parido la humanidad?- Preguntó el gnomo al aire al tiempo que apretaba y arrugaba su rojo sombrero picudo con gesto de desesperación.

- Murieron hace ya varias décadas- respondió con voz etérea Eonwë, heraldo de los Valar creados hacia dos siglos por el Maestro-, fueron los últimos destellos de genialidad de esta era y no había quién los sustituyera: todas las mentes jóvenes estaban condicionadas con los prejuicios irracionales de sus padres hacia la magia y la imaginación. Genios como mi Padre murieron hace ya más de un siglo, en el fin de la Era Dorada, justo antes del declive de la palabra escrita.

-Tienes razón- intervino un brujo con el pelo blanco y una espada colgada a la espalda cuyo mango sobresalía por encima de su hombro izquierdo. Sus ropas eran negras y su voz desagradable, al igual que su rostro enmarcado en una melena blanca como la nieve-, grandes genios como el Maestro y sus discípulos, entre los que se cuenta mi propio padre, fueron relegados al olvido por los autodenominados “eruditos de las letras y protectores de la literatura” al considerar que todo lo fantástico escrito a partir del siglo XX es “literatura menor”. Su puta madre, esos mismos hipócritas son los que aplauden ante Sueño de una Noche de Verano al ver como Oberón y su séquito saludaban al público una vez terminada la obra.- Su voz estaba cargada de odio.

- Serénate, brujo – Le dijo un hombre de barba tan gris como sus desteñidos ropajes y sombrero que empuñaba un bastón de madera-, tu furia no enderezará nada de lo que “los avances de la humanidad” han torcido. Yo ya pude ver que estábamos condenados mucho antes del declive, lo vi desde el mismo momento en que se emitió el primer programa de televisión. Después de todo, debemos reconocer que la mayor parte de la población mundial tiene un intelecto bastante bajo y una comprensión lectora aún menor, la televisión se recibe de forma fácil y no es necesaria mucha inteligencia para comprender la mayoría de banalidades e idioteces que aparecen en ella. Tal vez haya habido guionistas que han intentado que la televisión también tuviera la fuerza sentimental e intelectual de un libro, pero ellos también sucumbieron ante la fuerza de la telebasura y de las películas hechas sólo para vender entradas en los cines.

- Ya conocíamos esa historia, mago- dijo el anciano dragón dorado, cuya cabeza se alzaba sobre las de los demás-. También sabes que intentamos paliar el efecto nocivo de la televisión en las mentes jóvenes y sin formar, pero fracasamos.

-Estrepitósamente- intervino el brujo sombrío.

- Casi sin posibilidad de recuperación- dijo Eonwë-, nuestro último recurso fue peor que la propia enfermedad.

- Eso, mete el dedo en la llaga- le increpó el enano con acritud-. Ya sabemos que nunca estuviste de acuerdo con aquella medida, pero no hace falta que nos restriegues por la cara nuestro fracaso.

- Yo tampoco estuve de acuerdo- intervino el brujo-, era una deshonra para la memoria del Maestro y la de sus discípulos.

- Lo sé, lo sé- cortó el mago-, a mí tampoco me agradaba la idea de enviar a todos aquellos escritores cuyo único talento era el de saber vender libros mal escritos a los adolescentes más maleables e ingenuos.

- No sirvió de nada- dijo el orco interviniendo por primera vez-, sólo fue un parche mal cosido que finalmente se cayó por su propio peso.

El silencio cubrió durante varios minutos el valle en el que se encontraba afincado el Cónclave, en cuyo transcurso todos los representantes se abstrajeron de sí mismos.

- ¿Y qué ocurrió con los magos?- Habló por fin el gnomo- Siempre han sido admirados por todos por sus trucos, haciendo que hasta los más escépticos abrieran la boca con sorpresa.

- Les dio por revelar sus secretos a la gente en una competición entre ellos para ver quién tenía unos montajes más elaborados y difíciles de realizar- respondió el hada.

- Y ya nadie volvió a emocionarse con un truco de magia, pues ya sabían que no tenía nada de mágico, sólo era técnica y rapidez de manos- terminó el cíclope.

- ¿Qué haremos ahora?- croó una rana desde el estanque-. ¿Morir lentamente? Nos alimentamos de las creencias y la imaginación. Si nos faltan, moriremos lentamente y sin remedio.

- Aún queda algún tiempo hasta que comencemos a desaparecer- dijo el minotauro-, tal vez surja alguien que nos pueda insuflar algo de vida antes de que eso ocurra.

- Muchas esperanzas tienes- replicó el centauro-, sabes tan bien como yo que estamos cayendo en un pozo sin fondo.

- Tal vez tengamos alguna oportunidad- dijo un hombre entrando en el círculo del Cónclave. Vestía una capa hecha con la piel de un inmenso león y le colgaba una maza del costado. Era Heracles, el héroe de la imaginación de los antiguos.

- ¿De qué estás hablando?- Quiso saber el anciano ent con barba de líquenes, hablando por primera vez en siglos a un ritmo normal, lo que denotaba su emoción.

- Hay una joven que tiene el potencial para ser una Enviada-respondió Heracles-. Si nos apresuramos, podremos hacerle sentir el deseo de escribir antes de que deje atrás los últimos restos de la infancia y, con ella, su imaginación.

- ¿Estás seguro de lo que dices?- Preguntó Eonwë- El último Enviado que apareció entre los hombres fue mi Padre, hace ya tantos años. Tal vez demasiados años como para que puedas avivar de nuevo la Llama Imperecedera.

- Completamente seguro- respondió Heracles-, si el Cónclave me concede el permiso, me gustaría encender la Llama Dormida que hay en ella.

- Por supuesto que puedes ir- el enano se adelantó a todos los demás-, cagüenlaputa, no hacía falta que vinieras a pedir permiso para salvar nuestro mundo.

- Entonces me marcho- dijo Heracles al tiempo que hacía una reverencia y desaparecía.

- Gran sacrificio es el que va a hacer Heracles- dijo el brujo-, avivará la llama con su propia existencia.

- Volverá- aseguró el elfo-, con otra forma, otro rostro, otro cuerpo, pero volverá.

- Eso espero- dijo el mago con un suspiro-, si no vuelve así, significará que nuestro fin se acerca.

* * *

La joven se despertó inquieta: había tenido un sueño muy extraño. Había soñado con criaturas extravagantes, seres de otro tiempo, y con aquella Llama que se había encendido en la negrura a partir del cuerpo de aquel hombre de aspecto joven y ojos de anciano. La impresión que le había producido era la de un faro encendiéndose en la negrura para alumbrar el mundo. Sentía un extraño cosquilleo a la altura del estómago, parecido al que provocaban los nervios. Sin saber la causa, la joven se levantó de la cama y cogió un folio en blanco y un lápiz y se sentó ante el escritorio, al tiempo que se alumbraba con la luz de un flexo. Posó el lápiz sobre la superficie blanca del papel y comenzó a dar las primeras pinceladas de lo que sería un vasto mundo poblado por seres de los que nunca había tenido noticia, ¿o eran las extrañas criaturas que habían poblado su sueño? Sacudió la cabeza, paró de hacerse preguntas y dejó que su mente fuera pariendo pensamientos sobre el papel.

En un lugar lejano, en un valle poblado de verdes árboles, el Cónclave lanzó un suspiro de alivio y sonrió ante la perspectiva de un nuevo amanecer de la magia y la fantasía.

El comienzo

Acaba de nacer Nacido para se criticado. Como el nombre indica, quiero que critiquéis lo que escriba ya que, en principio, este blog ha sido creado para colgar mis relatos, experimentos, pajas mentales, desvaríos, etc. Pronto comenzaré a subir cosas, de momento doy a luz este blog, pero aún no le inscribo en el registro civil.