Los límites de la libertad

No sé que he escrito, tal vez no tenga derecho a escribir sobre esto. Pero he sentido esa necesidad, no lo he podido evitar. Espero que os guste y, si no, criticadme, que para eso he creado este blog, aunque de momento solo lo he creado para mí mismo, ya que ni siquiera le he dado publicidad, ni se lo he mencionado a nadie, ni nada de nada. Pero, después de todo, acaba de nacer, casi me siento como si me diera a luz a mí mismo a través de este lugar... Bueno, me dejo de pajas mentales y pongo el relato.

Una joven caminaba por la acera de la ciudad, pensativa, sin atender a lo que sus ojos captaban. Más que una joven, era una niña, no aparentaba más que quince años. Sus pies la condujeron hasta el portal de un edificio tan gris como su ánimo, pulsó un botón del telefonillo y esperó la respuesta.

- Clínica Atardecer, ¿qué desea?- respondió una voz femenina desde el otro lado del interfono.

- Tengo una cita con el Doctor.

- ¿Su nombre?

- Amalia.

- Suba, por favor, ya tenemos casi todo listo.

Sonó un ruido carrasposo y la puerta se abrió con un chasquido. Con el corazón acelerado, Amalia abrió la puerta y tomó el ascensor hasta la clínica. Al entrar en ella sintió como se le oprimía el corazón, el fuerte olor antiséptico le llenaba la pituitaria y, de paso, sus pensamientos. No dejaba de pensar en que olores como ese ocultaban actos no precisamente buenos, ocultaban podredumbre, ocultaban... ¿muerte? En la recepción, una mujer la recibió con una sonrisa en el rostro, pero sin molestarse en salir a recibirla desde detrás del mostrador.

- Espere un momento en la sala de espera, vamos con un poco de retraso con el programa de hoy. Puede leer mientras tanto este folleto.

El folleto que la recepcionista le entregaba a Amalia era blanco, con las palabras “Los peligros del aborto” ocupando casi toda la portada, escritas en un rojo tan intenso como el de la sangre.

En la sala de espera solo había un hombre. Aparentaba tener unos treinta años, con una barba de un par de días y una mirada triste y ligeramente llorosa. Miraba fijamente una puerta cerrada de la que parecían salir gemidos de dolor. La recepcionista, sentada detrás del mostrador, leía una revista del corazón, indiferente a lo que estaba ocurriendo al otro lado de la superficie de madera lacada en blanco en aquel momento, la indiferencia producida por la costumbre. Amalia se sentó en una se las sillas, alejada de aquél hombre del que, por algún motivo instintivo, recelaba. Se puso a leer el folleto, intentando no escuchar los gemidos del otro lado de la puerta. Cuando iba por la mitad del mismo, un fuerte grito de angustia se propagó por la sala, helándole la sangre en las venas, deteniendo su corazón. La recepcionista ni siquiera levantó la mirada de su revista.

- Escalofriante, ¿verdad?

Amalia se giró con brusquedad, el hombre se había sentado a su lado sin qeu ella se diera cuenta, tan absorbida en sí misma estaba.

- S... Sí, supongo- acertó a responder con voz quebrada

- Tu también vienes a eso, ¿no?- No esperó a que respondiera- Claro, no vas a venir porque te gusta el ambiente- soltó una carcajada seca, baja, cargada de pena, parecía lanzada en lugar de una lágrima, como un método de autodefensa-. Me llamo Pedro, ¿y tú?

- Amalia- Pedro... el mismo nombre que aquél que la... no quería pensar en eso, no quería pensar ni en él ni en aquella noche.

- ¿Por qué estás aquí?- Inquirió el desconocido de nombre pétreo.

- Por lo evidente- Amalia se molestó, aquello no tenía que ser motivo de interés de un desconocido.

- Lo siento, pero no veo la evidencia. ¿Te han violado? ¿Ha sido un accidente? ¿Intentas reparar un error?

- No tengo por qué contarte nada sobre mi vida- replicó con violencia.

- Prefieres hacer como si nada hubiera pasado, ¿acierto? Olvidar, solo quieres olvidar, pensar que esto es como tomar una pastillita milagrosa y ya está, ¿no? No quieres pensar en lo que de verdad estás haciendo, no quieres pensar en que esto es un crimen, un asesinato.

- Déjame...- miró a la recepcionista, pero ésta continuaba leyendo su revista como si nada. Pedro se calló un momento.

- ¿Por qué estás aquí?- volvió a insistir Pedro.

- Cometí un error...- comenzó Amalia en voz baja- No me tomé la pastilla del día después.

- ¿Por qué?

- Porque me daba miedo decirle a mi madre que la iba a necesitar.

- ¿Sólo por eso?

- No quería que me echara la bronca.

- ¿No usasteis condón?

- No teníamos a mano y pensamos que por una vez...

- ¿Vas a matar a tu propio hijo por no tomar precauciones? ¿Para tapar tu error?

- No es asesinato, aún no ha nacido. Apenas es el inicio de un feto.

- Matas su futuro, matas lo que podría ser, aunque aún no haya nacido ya tiene derecho al futuro.

- Es algo que tengo que hacer.

- No tienes que hacerlo, ¿por qué lo haces en realidad?

- Por miedo, por lo que dirían de mí si tuviera el niño, por no sentirme avergonzada y poder llevar la cabeza medianamente alta.

- Te sentirás peor después de esto, te sentirás sucia, corrompida. Te avergonzarás de tu sola existencia. Temerás que el mundo averigüe tu acto y lo que puedan decir.

- Déjame, ¿acaso no tengo derecho a decidir sobre mi vida?

- Por supuesto, sobre tu vida. Eso es la libertad, ¿no? Hacer lo que se quiera cuándo se quiera- lo dijo con un tono fuertemente sarcástico-. Te diré otra cosa de la libertad: es el derecho a decir a los demás lo que no quieren oír, que es lo que estoy haciendo, decirte la verdad sin tapujos ni eufemismos. Te diré también otra cosa, la libertad tiene límites. Tu libertad acaba allí donde comienza la de los demás. Tú tienes libertad para decidir sobre tú vida, pero no tienes ningún derecho sobre la de tu hijo. ¿Acaso eres una dictadora que se cree con el derecho de decidir sobre la vida y la muerte?

- Déjame- repitió-, te lo pido por favor.

- De acuerdo, te dejo. Respeto tu intimidad, ya la he invadido bastante y te pido disculpas por ello. Solo recuerda una cosa, tu hijo no tiene porqué pagar el precio de tus errores.

- ¡Te he dicho que me dejes en paz! – Amelia levantó la mirada para enfrentarse con la de Pedro, pero allí no había nadie.

- ¿Decía algo?- La recepcionista levantó, al fin, la mirada de la revista, su método de aislamiento.

- No, nada-. ¿Dónde estaba aquel hombre? ¿Qué había pasado con él? Se quedó pensando un rato, con la mirada perdida fija en la puerta metalizada de la cual ya no salía ningún sonido.

- Señorita, ya es su turno.

Amalia se puso en pie pero, en lugar de ir a la siguiente sala, salió por la puerta principal, decidida a hacer caso a su conciencia, ya que estaba segura de que de eso se trataba. No estaba segura de si volvería otro día, tal vez mañana mismo, pero hoy no podía hacer eso. Tal vez no regresara jamás a un lugar así, tal vez.

- ¿Señorita?- Preguntó la recepcionista al ver como una cliente salía de la clínica, abstraída, sin ver nada. Tal como había llegado, al menos exteriormente.

2 comentarios:

  Jorge Lázaro

17 de diciembre de 2008, 19:47

Un poco duro, pero coincido con tu punto de vista. Me ha parecido un gran relato.

Por cierto que, casualmente, me puse antes a escribir un relato, y la protagonista, casualmente, tenía 15 años y se llamaba Amalia. Me ha sorprendido bastante la coincidencia (aunque mi texto no es tan... ético) :)

un saludo

  Roldán

25 de diciembre de 2008, 19:58

Gracias por el comentario, veremos a ver como lo ponen en Ociojoven cuando lo publiquen...